martes, 21 de abril de 2015

Yo te amo Cuauhtémoc Blanco




¿Escuchaste alguna vez a fanáticos del fútbol hablar de sus ídolos? ¿Leíste las hazañas de aquellas glorias y héroes de cada club en el mundo? ¿Viviste la experiencia de tener un ser todo poderoso enfundado en los colores del equipo de tus amores al cual le encomendabas tu alma y salud mental cada domingo? Aquél súper héroe de tu infancia por el cual fuiste al estadio, comprabas su camiseta, te morías por su autógrafo y te aguantabas las ganas de abrazarlo cuando lo tuviste cerca. El 10 de siempre en el que toda la vida confiaste.

La máxima aspiración de todo hincha es poder vivir en plenitud de facultades la aparición, desarrollo, clímax y despedida del 10 histórico de su club. Aquel mito, la llegada del mesías, que se cumple una sola vez en la vida. El Pelé, Maradona, Riquelme, Alonso, Totti o un larguísimo etcétera de cada latitud. Aquel que cumple con todos los requisitos para ser leyenda y para que millones se identifiquen: de barrio, hincha desde la cuna, mágico, con la suficiente dosis de picardía y rebeldía para vivir siempre bajo ataques constantes, una notable técnica y amistad con el balón fuera de los estándares convencionales y un corazón inquebrantable.

Blanco llegó de un barrio bajo. Tan bravo y popular como su nombre: Cuauhtémoc Blanco Bravo. Como lo señala La Ley de D10S, el sueño desde niño de Blanco siempre fue jugar en el América. Desafiando a la nula probabilidad de éxito de un tipo como él, como nosotros, en un país y una ciudad como esta, Blanco logró lo que millones y millones pasan toda la vida soñando: vivir para jugar en el equipo de tus amores. Porque nadie nos enseñó cómo amar a alguien por sobre todas las cosas; porque no podía ser de otra manera: Blanco estaba destinado para América, como Cuauhtémoc a Cortés. Porque el diez, por su incansable galope, con los años dormilón, ese control, apenas rígido, llenos de colores y magia popular no podía ser para otro equipo. No podía ser para los que basan todo en la lucha y el empuje. Por su gigante corazón no podía ser, tampoco y mucho menos, para aquellos que dibujan bonitos castillos en el aire pero se derrumban a la menor tormenta. Mucho menos la rebeldía pura y cruda podía haber sido para algún pequeño con delirios de grandeza.  Aún sin saberlo ninguno de los dos, Cuauhtémoc y América eran el uno para el otro. Un amor escrito con anterioridad por un guionista romántico e idealista, simple y sencillo, como todas las cosas que nacen del corazón y que llevan alegría a la gente. Aquel arquitecto del destino que no erró ni en el amanecer del ídolo y que tuvo a bien ponerle en su camino el mejor guía que pudo encontrarle: un viejo revolucionario holandés con el suficiente tacto y ojo para ver en él, aún en bruto, la joya que fue.
Después vino todo lo de sobra conocido, su ascenso y clímax, y todos aquellos momentos que jamás podremos cansarnos de recordar. Los problemas y decenas de errores que no hicieron sino confirmar el grado de héroe de carne y hueso, como si de un tema de Rodrigo se tratara. El placer y legado que él nos dejó a todos los que crecimos y nos hicimos grandes con él. El regalo de transmitirle a las futuras generaciones la historia tan increíble que vivimos juntos; nuestros ochentas; nuestra época gloriosa no por los títulos sino porque tuvimos la fortuna de vivirlo.




Blanco se fue y regresó una, dos y hasta tres veces. En cada ausencia el estadio se cansó de pedirlo; la vuelta del hijo pródigo se hizo menos en la que, quizá para él, era la más importante y la que más necesitó. El Diez hace 8 años que no está en Coapa. 8 largos años que no vimos al capitán encausar nuestras ilusiones y ser la vela de esperanza, la fe y el líder que todo hincha necesita en la cancha. Años en que algunos nos obligaron a acostumbrarnos a extrañarlo aún sin retirarse de la actividad. Torneos y torneos que lo vimos y añoramos mientras giraba con otras camisetas y tuvimos que gritar casi en silencio sus goles.  Y por más años que pasaron nunca nos pudimos hacer a la idea de vivir sin él, de no verlo más, acaso por última vez, gritar un gol con nosotros.



Hoy se retiró al fin. El Diez, después de una gira por más decadente e inmerecida para lo que le dio al fútbol, cuelga los botines. Esos botines que lo acompañaron durante todo su viaje, la misma marca de siempre como una muestra casi imperceptible de los valores que rigieron su andar.
Qué triste es saber que nunca más volveremos a ver algo así en nuestro equipo. Qué triste darnos cuenta de golpe que jamás volveremos a ver saltar al campo un 10 de casa, que prometa dos goles en un clásico y los cumpla. Qué triste tener la certeza de que no saldrá otro como él.  Qué triste no volver a verte en la cancha con nuestros colores, Cuauhtémoc. Qué triste que no habrá otro que defienda la playera como tú lo hiciste. Qué triste que nadie más combatirá y silenciará al mundo anti. Qué triste será el fútbol sin ti. Sin tus tacos, tu genio, tus amagues, tu andar casi lento, tus festejos.
Al final, Blanco le dio al americanismo mucho más que el título de liga que dicen las frívolas estadísticas. Blanco apareció en una gris y perdida década, en la que él solo y sin ayuda de nadie, se las arregló siempre para brindarle alegrías la afición. A sus espaldas cargó no solo a sus compañeros, cargó la historia y con ella a millones que torneo tras torneo depositaron en él las esperanzas de volver a ser. Blanco, a diferencia de Zague, Tena, Zelada, Ortega y antes Reinoso, no apareció en América para engrandecer la historia a base de títulos; el mérito de Blanco es aún mayor, pues él solo se encargó de mantener vivo el Americanismo y la categoría del equipo en años de sequía, malos jugadores y desastrosos directivos.

Blanco se va. Blanco se fue. Hasta luego Cuauhtémoc, algún día volverás. Ya no más con tu amigo el balón, tus goles maravillosos y tu cinta de capitán en el brazo. Volverás y te miraremos sufrir con nosotros, mientras te mueres de ganas de jugar, mientras te cuidas de no salirte del área técnica, ahora con traje y corbata.  Con nuestros ojos en ti, tendremos el mismo pensamiento: Ojalá Cuauhtémoc estuviera dentro, él sabría qué hacer. Siempre confiaremos en ti, porque sabemos todo lo que nos puedes dar.

Gracias 10, por lo que fuiste, por lo que eres y por lo que serás.

Yo te amo Cuauhtémoc Blanco.


Hasta luego Cuauhtémoc, sabemos que regresarás. Ellos no durarán para siempre.

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